Os cuento algunas de Jacky, mi perrillo cuando yo era peque. Todo un borrachín.
Mi padre compró un barrilito de esos pequeños con unas patas altas, para tener jerez en casa. Como era nuevo, goteba un poco por el grifo y mi madre le puso un plato debajo para que no se manchase el suelo con el alcohol ... y que curioso, fue poner el plato y dejar de gotear, o al menos eso pensamos.
Un puente de fin de semana nos fuimos de viaje. Al volver, subimos a la planta de arriba para deshacer maletas. De repente dice mi madre, voy a mirar el barril a ver si se ha salido alcohol y ha manchado el suelo. Cuando bajamos las escaleras, vemos a Jacky al lado del barril, echó a correr como un loco para esconderse, pero no atinaba con el hueco de la puerta y se chocaba contra el marco. Veía doble de la borrachera que tenía.
A partír de ahí, mi madre le colgó del grifo del barril un vasito para que el jerez no llegara al suelo. Y ahí teníais a Jacky, todos los días dando un paseo por debajo del grifo del barril y gimoteando por su copita de jerez.
Ahora lo pienso y lo veo como que no éramos unos dueños muy conscientes de lo que hacíamos.
Cuando hacíamos guateques en el garaje (desde los 18 a los 20 y tantos) no necesitábamos fregona. Jacky estaba todo el rato escondido debajo de la mesa con la comida y el alcohol, y gotita (o cubata) que se caía, salía como una bala y se lo chupaba todo. Si nosotros acabábamos siempre con el "puntillo", Jacky acababa siempre borracho. Lo que más le gustaba ... el gin-tonic, como a su amita